21 de octubre de 2012

La historia en clave de genero menor. En Diario de una Princesa Montonera, Mariana Eva Perez sorprendio por su forma de tratar los temas de la memoria‏.

Domingo, 14 de octubre de 2012 
La historia en clave de género menor
Por Osvaldo Aguirre
En Diario de una princesa montonera, Mariana Eva Pérez sorprendió por su forma de tratar los temas de la memoria. 
Una reflexión sin lugares comunes. 
De la red al papel. El libro de Mariana Eva Pérez comenzó en un blog. 
Mariana Eva Pérez (Buenos Aires, 1977) vive en Berlín, donde está haciendo su doctorado sobre narrativas del terror y la desaparición, después de graduarse en Ciencia Política. A principios de este año publicó Diario de una princesa montonera (Capital Intelectual), un libro que tuvo su origen en un blog y que sorprendió por la forma en que abordaba cuestiones como los años 70 en la Argentina, el movimiento de derechos humanos y los desaparecidos: una forma que procedía a partir de recursos poco y nada aprovechados en ese ámbito, incluso extraños para una perspectiva convencional, como el humor y un sentido crítico que comenzaba con la propia historia personal y focalizaba en la memoria y la militancia en derechos humanos. No por ánimo de irreverencia, sino para dejar a un lado "todas estas cosas que a fuerza de querer hacerles decir algo, ya no me dicen nada" y abrir interrogantes y reflexiones allí donde hay demasiados estereotipos y frases políticamente correctas. 

—La ficción y la no ficción están deliberadamente confundidas en el Diario de una princesa montonera. ¿Cómo llegaste a esa forma de escritura? 
—Es una inquietud teórica que tengo. Lo que me interesaba era contar la historia sin esa legitimidad fundada en la experiencia del dolor, que es la condición de producción o de enunciación que está socialmente más aceptada. Me interesaba correrme de ese lugar, que funciona como lugar de autoridad y es una autoridad que me interesaba impugnar. Pero es difícil porque tampoco iba a negar mi historia, soy hija de desaparecidos y muchas de las cosas que están en el libro efectivamente sucedieron. Me interesaba abordarla desde otro lugar; sabiendo que iba a ser leído en clave testimonial me interesaba seducir, despistar, jugar a qué es verdad y qué no lo es, qué es fantasía, qué es exageración, qué es ese plus de 110 por ciento verdad como dice el subtítulo del título. Eso estuvo en juego desde el principio, desde que empezó como blog. 

—¿Cómo ubicás al Diario en relación a otras producciones artísticas de hijos de desaparecidos? 
—Hay una puerta que nos abrió Albertina Carri, por la que entramos varios detrás. Me gusta mucho lo que hacen Laura Alcoba, Félix Bruzzone; lo que leí en blogs de Julián Axat también me gusta. El libro de Gabriel Gatti (Identidades desaparecidas. Peleas por el sentido en los mundos de la desaparición forzada) fue clave en el momento en que lo leí, viviendo en Europa. Hay otra gente haciendo artes plásticas, como Lucila Quieto, María Giuffra, Angela Urondo. Con algunos de ellos comparto un espacio, Colectivo de hijos, donde aparece la pregunta de qué significa el arte para nosotros. Hay un arte hecho por hijos, aunque lo que hace cada uno es distinto. Me parece que está bueno leer mi libro en ese marco. 

—¿Cuál es tu historia previa como escritora? 
—Escribí siempre. Cuando tenía 13 años las Abuelas publicaron un libro con textos míos. Esa edición tan prematura me asustó un poco y me alejó de la escritura. Y pude volver a través del teatro. Lo primero fue una obra para Teatro por la Identidad, Instrucciones para un coleccionista de mariposas, donde la cuestión autobiográfica era clarísima. Por suerte hubo otras obras que nada que ver, para mí fue importante haber recibido el premio Germán Rozenmacher con una comedia (Peaje), una obra que no tenía nada que ver con el tema de los hijos de desaparecidos. Ese premio me liberó. Entonces pude volver a partir del deseo y no de sentirme condenada a hablar del tema. Hasta ese momento tenía la duda de si lo que escribía tenía valor artístico o valor testimonial. Haber ganado el concurso fue como decir que había un oficio. Después, en Ábaco, una obra que se montó de manera independiente en 2008, lo que me interesó fue mostrar la complejidad de la relación entre las abuelas y los nietos que criaron. No fue un vínculo tan idílico como a veces se quiere pensar sino marcado por la ausencia tan violenta de la generación del medio. Rescato un montón lo que hicieron mis abuelos, ellos me salvaron la vida, pero a la vez no eligieron ese vínculo, fue una imposición. Ellos no pudieron ser mis abuelos, tuvieron que ocuparse de mí como si fueran mis padres. 

—¿El humor y la ironía son parte del oficio de escritora? 
—No lo tuve como una búsqueda tan consciente, no dije "voy a hablar desde el humor". La búsqueda fue más bien hablar desde un lenguaje que no fuera acartonado, solemne. Quería escapar a dos discursos que son muy fuertes y con los cuales es difícil romper: por un lado el discurso de los organismos de derechos humanos, que es un poco el discurso oficial para dar cuenta de lo que pasó, y por otro lado el discurso académico. Me iba para un lado o para el otro, no lograba que apareciera una voz propia. El blog fue el antídoto, al proponer otros tiempos, más inmediatos. El personaje de la princesa montonera salió de la escritura, y en el espacio de los comentarios, en la interacción con los otros, apareció algo de un lenguaje generacional, que tiene que ver con una cierta comunidad que es la de las redes sociales. Al principio no me di cuenta de que ese lenguaje tenía esa carga de humor tan fuerte, y también momentos de horror total. La risa puede ser una estrategia, puede hacer más livianas algunas cosas. No hubo entonces una búsqueda deliberada del humor sino de un registro menor, un género menor. Por eso también la elección del diario; no quería perder la marca de que eso venía del blog, me gustaba pensar que la historia podía ser contado en clave de género menor, entre comillas. 

—Una manera muy efectiva de evitar la solemnidad y los lugares comunes que a veces rodean a las cuestiones de la memoria. 
—Hay palabras que no me sirven para nada, que a fuerza de decirlas tanto no me dicen nada. Memoria es una palabra que me cuesta mucho hacer significar algo. La palabra apropiación no me alcanza, ni siquiera me involucra para hablar de mi hermano. Tenía la necesidad de pensar otras palabras para entender. Desde el discurso académico hay a veces una crítica a los familiares de desaparecidos, cuando en realidad se quiere criticar a los organismos de derechos humanos, como diciendo que tienen el monopolio de la palabra autorizada. En realidad hay una deserción de gran parte de la sociedad sobre cómo hablar de esta historia. Es más cómodo pensar que hay alguien que sabe que pasó, antes que ponerse a lidiar con los efectos de lo que pasó y sigue pasando, porque los niños desaparecidos siguen desaparecidos y los desaparecidos siguen desaparecidos. Hay una cosa que se confunde entre el respeto y el reconocimiento que se merece la gente que se jugó el pellejo y cierta comodidad de creer que esa es la única palabra autorizada para hablar sobre esta historia. Desde las Ciencias Sociales, donde tengo también un pie, siento que hay una deuda enorme por construir conocimiento sobre esta historia. 

—¿Qué expectativas tenías en cuanto a la recepción del libro? 
—Yo tenía bastante miedo, al momento de convertir el blog en libro, por cómo iba a ser tomado. Se podía prestar a una lectura muy podrida, de decir "ah, ésta que trabajó en organismos, mirá lo que dice ahora". Pero no hubo nada de eso. Pasado el miedo me queda una sensación de gran libertad. Intenté hacer algo que no fuera tan fácil de catalogar, como K o anti K, que es lo que ahora corta todo y a mí no me parecía. Traté de profundizar en las zonas de contradicción y de conflicto interno del personaje y en todo lo que se condensa ahí. Hay que animarse, creo que hay un interés de un sector de la sociedad por complejizar las cosas, por escuchar otras voces. El aplauso acrítico no nos sirve más. 
FuentedeOrigen:LaCapital
Fuente:Agnddhh

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