8 de abril de 2012

CNU: El secuestro de Leonardo Miceli y el triste cabaret del Flaco Vela.

El secuestro de Leonardo Miceli y el triste cabaret del Flaco Vela
Año 5. Edición número 203. Domingo 8 de abril de 2012
Por Daniel Cecchini y Alberto Elizalde Leal
dcecchini@miradasalsur.com


Álbum. Foto del casamiento de Leonardo Miceli y Ana María Bossio.
Boludita, ¿dónde trabaja tu marido, decime?”, le pregunta el hombre al que luego reconocerá como Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio. Ana María Bossio, embarazada de ocho meses, está tirada bocabajo en la cama del dormitorio, donde trata de proteger con su cuerpo a su hijo de un año y medio. Hay otros dos tipos en la habitación, a la que acaban de entrar apuntando hacia todos lados con armas cortas y largas. Dan vuelta todo y cargan los pocos objetos de valor que encuentran. Lo demás lo tiran al piso. Ana María Bossio alcanza a ver cómo uno de ellos rompe la cuna de su hijo de un culatazo de Itaka. Mientras tanto, el hombre al que identificará como Carlos Ernesto Castillo le repite la pregunta:
–¿Dónde trabaja tu marido, boludita?
El marido de Ana María Bossio se llama Leonardo Guillermo Miceli y trabaja en Limpiolux, una empresa contratada para realizar la limpieza en la planta de Propulsora Siderúrgica, del Grupo Techint. También estudia Ingeniería Química y milita en Montoneros. Pero en ese momento, los primeros minutos del 20 de abril de 1976, otros integrantes del grupo de tareas lo tienen reducido a punta de pistola y escopeta en otra habitación de la casa. Mientras siguen revisando la casa, lo interrogan y lo golpean.
Ana María Bossio estaba en el dormitorio con su hijo cuando vio que una luz muy potente iluminó el frente de la casa. Escuchó gritos y órdenes antes de que la patota derribara a golpes la puerta de entrada. Leonardo Guillermo Miceli había intentado llegar hasta el dormitorio, en un reflejo inútil por protegerlos. Los invasores –más de una decena de hombres jóvenes, de civil, que actúan a cara descubierta– se lo impidieron.
Boca abajo en la cama, Ana María Bossio aguza el oído, tratando de adivinar que sucede con Leonardo. Escucha el ruido de armas al ser amartilladas y luego una voz, deformada por un Handy, que ordena: “Móvil uno a móvil dos, ¡tiren al bulto y retírense!”. Cierra los ojos esperando escuchar los disparos, pero éstos no llegan. “¡Vamos!”, grita alguien desde la otra habitación. “¡Nos vamos!”, repite El Indio Castillo dentro del dormitorio, pero antes de salir, le dice:
–Boludita, si querés saber algo de tu marido, andá mañana en horario de oficina al Regimiento 7 y preguntá por él.
Apenas salen del dormitorio, Ana María Bossio se levanta de la cama y mira por la ventana. Alcanza a ver cómo el grupo se reparte para subir a tres autos grandes con los motores en marcha. Los mira hasta que los pierde de vista. En uno de ellos llevan a su marido. Está aterrorizada pero no se paraliza. Con su hijo en brazos, corre hacia los fondos de la casa y, a pesar de la panza de ocho meses, salta una tapia y llega a la calle 121. Sigue corriendo, ahora hacia la casa de unos amigos que viven cerca. A ellos les dejará el bebé para poder salir a buscar a su marido.
Todavía no sabe que, esa misma noche, el grupo de tareas que acaba de irse de su casa –integrado por patoteros de la Concentración Nacional Universitaria (CNU), policías y militares del Regimiento 7 de Infantería– había intentado secuestrar a su hermano, el militante montonero Alberto Oscar Bossio, pero no lo habían encontrado. Tampoco sabe que, esa misma noche, la misma patota secuestrará a Horacio Urrera, un militante de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) a quien la CNU se la tiene jurada desde hace más de un año, y a Carlos Satich, compañero de su marido en Limpiolux.

Búsqueda y revelaciones. Hay muchas cosas que Ana María Bossio ignora la madrugada del 20 de abril de 1976, cuando sale de la casa de sus amigos, donde acaba de dejar a su hijo de 18 meses, para recorrer comisarías y cuarteles en busca de su marido. No sabe que el cuerpo acribillado de Leonardo Guillermo Miceli aparecerá, junto con los de Satich y Urrera, a la vera del arroyo Santo Domingo, en Sarandí, en jurisdicción de la Comisaría Cuarta de Avellaneda, una de las zonas liberadas por la policía para que la CNU siembre los cadáveres de sus víctimas. No sabe que deberá esperar casi 25 años, hasta septiembre de 2000, para poder relatar los hechos de que fue víctima ante la Justicia, en los Juicios por la Verdad. No sabe que pasarán casi 36 años antes de presentar, hace unos días, la querella por el asesinato de su marido en el Juzgado Federal N° 3, a cargo de Arnaldo Corazza, donde muchas de las causas relacionadas con los crímenes de lesa humanidad cometidos por la CNU platense caminan a paso de tortuga, cuando no duermen, en un estante, la pesadilla de la injusticia.
Esa misma noche y los días subsiguientes, sin embargo, hará algunos descubrimientos significativos e, incluso, podrá identificar a uno de los asesinos de su marido. Su primer destino es la Comisaría Novena de La Plata, en cuya jurisdicción está la casa de 122 entre 70 y 71. Cuando le relata el secuestro de Miceli al oficial que la atiende –y que no se identifica– éste le responde:
–¿Sabe qué pasa, señora? Esa zona fue liberada esta noche. Yo no puedo darle ninguna información. Si quiere saber algo de su marido vuelva esta tarde.
Horas después, cuando regrese a la Novena, otro oficial le leerá detalladamente los antecedentes de Miceli, como justificando los hechos, pero le dirá que allí no lo tienen ni saben dónde está.
Pero antes, esa misma madrugada del 20 de abril, al salir de la Comisaría, Ana María Bossio continúa la búsqueda. Su segundo destino es el Regimiento 7 de Infantería de La Plata, donde la recibe un oficial que se presenta por el apellido, Gómez Miguenz. En lugar de darle respuestas, la interroga sobre las actividades de Miceli, sobre su trabajo y su filiación política. Finalmente, le dice que regrese al día siguiente. Será entonces cuando le diga:
–Leonardo Miceli no está entre los detenidos en esta Unidad.
La querella presentada esta semana por Ana María Bossio –representada por el abogado Eduardo Soares– señala “la imposibilidad absoluta de que un grupo armado pueda desplazarse con tanta tranquilidad por la ciudad, allanar con veinte personas un domicilio, permanecer media hora y que todo esto no pueda ser detectado por la Policía, el Ejército y otras fuerzas de seguridad. Se trató de una cacería, implementada por sectores fascistas y ultraderechistas del peronismo con la cobertura de las Fuerzas Armadas y la Policía”. Por ello solicita al juez que se recabe “la lista completa de todo el personal policial que prestó servicios el día de los hechos en la Jefatura de la Policía de la Provincia de Buenos Aires y también en la comisaría de La Plata con jurisdicción en el domicilio indicado como lugar del secuestro”.
La noche del 21 de abril de 1976, un periodista del diario platense El Día a quien Ana María Bossio había consultado la llamó y le dijo que buscara a su marido en la Comisaría Cuarta de Avellaneda. Al día siguiente, Bossio reconoció el cadáver de Miceli en la morgue de esa localidad. Lo mismo hicieron el padre de Carlos Satich, Frauro, y el hermano de Horacio Urrera, Mario.

El Indio, descubierto. Como ya relató Miradas al Sur en artículos anteriores de esta investigación, el grupo de tareas de la CNU comandado por Carlos Ernesto Castillo, (a) El Indio, fue desactivado el 29 de abril de 1976, cuando la Policía de la Provincia y el Ejército, que hasta entonces lo habían utilizado y protegido, decidieron poner fin a sus operaciones. Castillo y varios de sus secuaces fueron detenidos en una cama montada por la Policía cuando intentaban secuestrar a Juan Carlos Arias (a) El Vaca. Fueron acusados de varios delitos comunes, pero jamás se los procesó por sus crímenes.
Los primeros días de mayo de 1976, al leer en el diario El Día la noticia de la detención de una banda “parapolicial”, Ana María Bossio se presentó en la Unidad Regional La Plata, en 12 y 60 de esa ciudad, donde las víctimas de los robos de la banda podían ir a reconocer los objetos que les habían sustraído. Bossio contó lo que sucedió a continuación en su declaración en los Juicios por la Verdad y ratificó este relato en la querella y también ante la consulta de los autores de esta investigación. En septiembre de 2000, ante los jueces Reboredo y Schiffrin, dijo: “Para mayo del ’76 (leí) que una banda, que se hacían pasar por falsos policías, que robaban en los caminos, en las rutas a la gente, que allanaban viviendas, había sido detenida. Y que los damnificados por esos robos podían ir hasta la Regional de Policía que está en 12 y 60 a identificar los objetos robados. Yo, como salía de un lado para el otro y no sabía hasta dónde ir, fui hasta la Regional de Policía. Ahí me atendió el comisario general Marcelino Gómez y yo le dije que no iba por cosas robadas, sino que yo iba justamente porque me habían secuestrado a mi marido, y él me dijo ‘bueno, esta gente robaba cosas’, y había ahí un montón de damnificados haciendo cola, haciendo fila para reconocer sus objetos robados, porque incluso había hasta autos robados. (Gómez me dijo) ‘tiene que ir a ver al comisario Lara a la Comisaría Octava, que es donde está detenida esta banda’, que es la CNU. Entonces yo fui hasta la Comisaría Octava. Entre las cosas y los objetos robados que me muestra el comisario Lara, no había nada que me perteneciera a mí, pero como ese mismo día fueron a la casa de mi hermano, que es Alberto Oscar Bossio, yo encontré cosas que tenía mi hermano, que estaban entre los objetos robados, y el comisario Lara, yo de tanto pedir y llorar, me mostró las fotos de las personas que estaban detenidas por eso que era la CNU. Entre los que yo reconozco que habían estado en mi casa, en mi habitación amenazándome, amenazando a mi hijo y a mí, era El Indio Castillo. Entonces cuando yo le dije que (lo) había reconocido, me dijo ‘sí, señora, recién estaba ahí porque le íbamos a tomar las huellas dactiloscópicas y yo la tape a usted para que no la vean’”.
En la querella, Ana María Bossio agrega: “Otro de los integrantes de la CNU que pude divisar en la Comisaría Octava fue al Pipi Pomares”. Se refiere a Juan José Pomares (a) Pipi, ladero de Castillo hoy detenido por otra causa relacionada con la CNU.
En mayo de 1976, luego de reconocer a Castillo y a Pomares en la Comisaría Octava, Ana María Bossio volvió a la Unidad Regional, donde le dijo al comisario general Gómez que había reconocido a uno de los secuestradores de su marido. Luego de escucharla, el jefe de la Regional le respondió:
–Señora, usted tiene un hijo y está embarazada. Tenga cuidado, porque esa banda tiene unas conexiones raras que escapan a mí.

Relax en “Amoa”. Héctor Bossio, tío de Ana María, era lo que se dice un hombre de la noche. En el ambiente lo habían apodado el Flaco Vela, por su nariz irremediablemente goteante, que vivía aspirando no sin cierto ruido. En abril de 1976, era propietario de Amoa, un cabaret de copas ubicado en la esquina de 7 y 70 (hoy allí hay una obra en construcción), donde solían recalar todo tipo de personas a tomar un trago de madrugada. Entre policías, chorros, coperas y noctámbulos, también se dejaban caer por ahí los integrantes de la patota de la CNU que comandaba El Indio Castillo. Como todo propietario de cabaret que se precia de serlo –y que, más que nada, cuida por el funcionamiento del negocio–, el Flaco Vela hacía la vista gorda y oídos sordos a muchas de las cosas que veía y escuchaba de sus parroquianos. A Castillo lo conocía bien, igual que a Juan José Pomares (a) Pipi, a Antonio Jesús (a) Tony, a Ricardo Calvo (a) Richard, a Gustavo Fernández Supera (a) El Misto, a Néstor Causa (a) El Chino, a Dardo Omar Quinteros, a Martín Osvaldo Sánchez (a) Pucho y a Marcelo López, todos integrantes de una banda que él sabía perfectamente que estaba apañada por la policía. También conocía también a un tal Gil Montenegro, que andaba alrededor del Indio y sus secuaces cuando paraban en el boliche, pero que éstos lo usaban y lo ninguneaban.
Pero, como ya se dijo, el Flaco Vela sabía hacer oídos sordos y la vista gorda con ellos, como con tantos otros. Más si estaba la Bonaerense de por medio. A los canas, sus negocios y sus mañas los conocía bien, ya que había estado un año y medio en la Policía, hasta que logró que lo jubilaran haciéndose pasar por loco.
Cuando se enteró de que El Indio Castillo había sido uno de los asesinos del marido de su sobrina y que probablemente también había intentado secuestrar a su sobrino Alberto, el Flaco Vela le dijo a Ana María que trataría de sacarles información. Esperaba que cayeran cualquier noche de esas, como casi siempre, a eso de las dos o las tres, para relajarse después de sus operaciones. No tuvo suerte: gran parte de la banda de la CNU fue detenida pocos días después y el resto de sus miembros dejó de frecuentar los lugares que solían frecuentar.
Pero el Flaco estaba decidido, no iba a aflojar. Poco después se enteró por sus contactos policiales que algunos de los miembros de la patota estaban detenidos en la Comisaría Tercera de Berisso, una localidad cercana a La Plata, y no dudó: fue al cabaret que un amigo de la noche tenía ahí, armó quilombo y se hizo detener. Su intención era que lo metieran en la Tercera, donde estaban presos los fachos, para hablar con ellos, pero la suerte le fue esquiva y terminó en la Comisaría del Carmen, donde no había ninguno. Cuando se dio cuenta de que no iba a conseguir nada empezó a gritar desde su celda: “Soy el Flaco Vela, ¡sáquenme de acá!”. Lo liberaron a la mañana.
A pesar del fracaso, Héctor Bossio, el Flaco Vela, le contó a su sobrina Ana María dos datos (uno de ellos de gran importancia) que la Justicia deberá tener en cuenta. Primero, que la patota de la CNU se repartía el producto de sus saqueos (dinero, relojes, anillos y otras joyas) alrededor de una de las mesas de Amoa; segundo (y fundamental para encuadrar sus crímenes en el marco del terrorismo de Estado), que sus integrantes recibían el pago por los secuestros y asesinatos que cometían contra la presentación de los documentos de identidad de sus víctimas.
La querella de Ana María Bossio por el secuestro y asesinato de su marido, Leonardo Guillermo Miceli, fue presentada hace unos días en el Juzgado Federal N° 3 de La Plata, cuyo titular es Arnaldo Corazza. Lo único que espera con esta presentación, a casi 36 años de los hechos, es que se haga justicia. En otras palabras: que su señoría –o su mano derecha, el secretario especialmente mediocre del Juzgado, Ricardo Botto– no la manden a dormir, como es su inveterada costumbre con las causas relacionadas con los crímenes cometidos por la Concentración Nacional Universitaria.
Fuente:MiradasalSur

No hay comentarios: